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Los textos que a continuación se presentan aspiran a cumplir con las características del ensayo, es decir, son reflexiones sueltas, comentarios sobre un tema general: el poder y la política. Estas digresiones no se ofrecen como una verdad sino como un corte, un punto de vista, una lectura. Casi todos los textos fueron redactados para leerlos durante mi participación como comentarista en el noticiero matutino del canal siete de la televisión local, por lo mismo, se apegan más a la forma de una divagación que al propósito de una revisión exhaustiva del tema del poder. Los fragmentos se relacionan con preocupaciones en cuanto a la conducta política y también con hechos circunstanciales como un proceso electoral, una declaración, un artículo de periódico o una conducta de los gobernantes, los partidos o las agrupaciones políticas. Los textos se presentan en orden cronológico, escribí uno detrás de otro sin seguir un plan preconcebido, dejé que los temas y las aproximaciones siguieran el curso vacilante y azaroso del pensamiento, con sus saltos y retrocesos, con sus desviaciones y reiteración. Son, en general, impresiones de momento, cortes en un proceso de reflexión constante con el que aspiro a explicarme algunos hechos de la historia que me tocó vivir.
La vida no tiene una continuidad inexorable, el azar interviene para cambiar los rumbos. Imaginamos un futuro que no llega porque acecha la incertidumbre, el caos, lo fragmentario. La vida corre a saltos en una sucesión fatal de interrupciones y reencuentros. Ahora, por ejemplo, tomo la pluma para reiniciar una columna que había muerto. “Pensar la política” es un intento por hacer reflexión sobre los hechos que se presentan de pronto y que inquietan a los habitantes de este lugar y este tiempo y, juntos, inventar una realidad de nuestro gusto con los pedazos de la historia rota, que sigue un plan pero no es el nuestro sino el del caos que se oculta bajo el orden.
Escribo estos fragmentos para tratar de darle un orden a las cosas, los hechos y las relaciones. Con ellos pretendo organizar mi percepción y mi experiencia y, también, inventar el tiempo, encontrar un sentido al acontecer, precisar las direcciones y destinos. Escribo sobre todo para conversar, para mostrarme al otro y descubrirlo, ese otro que me define y sin el cual soy un animal sin casa, una voz inaudible en el vacío. Sin embargo, sé que las palabras mienten, enredan, son luz que convierte la realidad en un baile de sombras. El lenguaje revela, descubre, disuelve la grisalla, después, él mismo se transforma en velo y oculta el universo de lo no nombrado, de lo que se reprime y olvida, de todo lo que vive en el silencio. Redacto unas notas y las dirijo a ti, o a él, al eco que teje una malla con las voces. Te preguntarás qué relación tiene todo esto con pensar la política: el punto es el poder, que repta entre las sombras, la gramática que determina la forma de anudar los signos y nos obliga a construir redes en las que, irremediablemente, quedamos atrapados. Por esto tengo a veces la tentación de construir absurdos, algo así como: los árboles se peinan y dejan caer sus hojas viejas que buscan una tumba a sotavento; o también, las tortugas escriben una lenta y larga carcajada sobre la página amarilla del desierto. El poder es la trampa en que caemos todos y el discurso la cadena que nos ata. Sin embargo podemos, ocasionalmente, transformar el discurso en una charla, una conversación, un intercambio de signos para inventar la eternidad y después asesinarla. |
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