Resumen:
Escribir siempre es un acto de provocación. Al menos una aventura, un riesgo que se asume, en especial cuando sabemos que otros/as van a leernos. Por ello, una no puede menos que asombrarse de la sencillez y la objetividad con que entregan sus pensamientos, reflexiones, juicios, planes y hasta sus sentimientos estas mujeres que han llegado a la edad de oro. Madres, abuelas, compañeras que reconocen la coresponsabilidad en sus relaciones. Que aprenden vía este ejercicio, a expresar lo que quieren y lo que no desean.
Han comprendido, se han empoderado de su voz, de este que es uno más de sus derechos. Tal vez el más elemental que les habían negado, o peor aún, que ellas mismas no lo habían ejercido por desconocimiento, por hábito o hasta por responder a las expectativas de otros/as anteponiéndolas a las propias. Son mujeres que se atreven a lucir la plata en su pelo y a desmenuzar y compartir sus sentimientos. Solo ante un ambiente de respeto, camaradería y afecto se puede generar la confianza de exponerlos. Debemos reconocer que lograr su expresión, es mérito también de las guías y coordinadoras.
Compartir un texto es exponer la vulnerabilidad de lo que se es. Al mismo tiempo mostrarse tiene la capacidad de liberarnos. Y nada es más preciado que la libertad. Nadie es más libre que quien se va despojando de lo que lleva dentro. Sea gozoso o amargo. Expresar los pensamientos suele ser también, en ocasiones, generado de manera intencional, se pretende ofrecer una especie de “catarsis”. Es la oportunidad de sacar a “ventilar” conductas que hemos vivido o padecido. Toda interacción posee elementos que nos significan puentes o barreras en las relaciones humanas. Escribir sobre ellas puede ayudarnos a usar los puentes y derribar las barreras.
Además de felicitarlas por este ejercicio, permítanme ofrecerles una frase de mi auto- ría, un recordatorio que como guía pueda acompañarlas en futuras reflexiones, “Siempre avanzamos, caminante, desgajando silencios”.